La tendencia educativa de hoy en día no tiene nada que ver con cómo nos criaron a nosotros cuando éramos pequeños. Un ejemplo es cómo ha cambiado el uso de premios y castigos.
Una de las dudas más habituales es ¿cómo hacer entender a los niños y niñas lo que “está bien” y lo que “está mal” (dentro de lo difícil que de por sí es definir esto) sin utilizar los premios y los castigos?
Algunas consecuencias de los premios y castigos en la educación
Los premios y castigos tienen como finalidad modificar el comportamiento del niño mediante un factor externo.
En general, para parar una situación son muy efectivos. “Si no dejas de molestar a tu hermano, no hay televisión”. Pero, ¿cuáles son las consecuencias a medio-largo plazo de los premios y castigos? Estas son algunas:
- Dependen de la aprobación externa del adulto, por lo que la reafirmación es externa y no interna.
- Al retirar el premio o el castigo, puede desaparecer el comportamiento “deseable”.
- La autoestima depende de la aprobación externa.
- No se mejora por el gusto de hacerlo, sino por la recompensa, por lo que no hay afán de superación.
- Puede desarrollarse miedo a hacer cosas por si no están bien y tienen como consecuencia un castigo.
- El castigo genera sentimientos negativos como ganas de rebelión, de revancha o resentimiento.
- Para que funcionen tiene que existir un miedo: ya sea a un castigo o a no obtener un premio. Pero no pone en marcha la responsabilidad personal de cada niño o niña.
¿Cuál es la alternativa a castigar o premiar?
Sabemos que premiar o castigar funciona muy bien a corto plazo, que da resultados efectivos, pero también sabemos que a largo plazo no es el mejor método educativo.
Y ahora, vamos a la cuestión práctica. Entonces, ¿qué? Aquí tienes algunos consejos:
- Utilizar límites claros, respetuosos y coherentes que definan un marco de seguridad y tranquilidad para los niños. Sobre todo, cuando son pequeños tienden a entender solo parcialmente el significado de las frases, por lo que es mejor decir lo que sí pueden hacer a repetir lo que no pueden.
- Cambiar el castigo por la consecuencia. Si un vaso de agua se tira al suelo, habrá que recogerlo, y en esa tarea es importante implicar también al peque. A estas edades, utilizar un “vamos a limpiarlo para que nadie se caiga” puede ser suficiente.
- Dando herramientas para reparar los errores. Así las podrá utilizar en el futuro, incluso cuando no estemos delante para premiar o castigar. “¿Qué podemos hacer para solucionar esto?” “¿Quieres hacer esto o lo otro?”. Equivocarse forma parte del aprendizaje.
- Alentar y animar en vez de premiar. Es decir, animar a que haga las cosas por sí mismo y descubra el gusto de la autosuperación. El premio es la propia satisfacción interna que sentirá cuando supere un reto.
- Descubrir las consecuencias de las acciones. Y entender que los actos afectan a los demás y a uno mismo.
Quitar el castigo y el premio no significa consentir cualquier comportamiento. Es importante trabajar con límites, guiar, acompañar, poner normas de convivencia y tener paciencia en el proceso.